Mons. Benjamín de Jesús
víctima del fantatismo musulmán
Yo me encontraba en Cotabato en esa fatídica mañana del 4 de febrero de 1997 cuando me comunicaron que el obispo Ben había sido asesinado en Jolo.”¡Es imposible!”, fue mi primera reacción. No lo podía creer. Pero mi reacción chocó con la noticia escueta de la radio: “El obispo Ben ha sido abatido a tiros esta mañana, a las 9.45, a las puertas de la catedral.
Años después de su muerte me sigo preguntando cómo es posible que hayan asesinado al obispo Ben, ¡si no tenía enemigos!… Había sido fiel en su amor y servicio a toda la gente de Jolo, cristianos o musulmanes, sin distinción alguna.
En 1987, recién ordenado diácono, me enviaron a Jolo. Por entonces el obispo Ben andaba muy atareado construyendo viviendas populares (para la gente pobre) en Padel. Estaba tan metido en su trabajo que muchas noches llegaba tarde a cenar, y comía solo en la mesa, mientras el resto de la comunidad ya estaba jugando a las cartas, recreación tradicional en la casa del obispo.
Cuando me asignaron la misión de Bongao, él venía a visitarnos regularmente. Reunía a sacerdotes y hermanas. Insistía en que había que unir a los habitantes del pueblo. Visitaba las parroquias para escuchar a la gente. Se alargaba en sus homilías. No le importaba el tiempo. Tocaba siempre los mismos temas: Armonía. Comprensión. Fraternidad, Paz. Amor… Nada nuevo. Siempre los mismos argumentos reciclados. Quizás porque pensaba que la situación de Jolo, con el pasar de los años, no había cambiado mucho.
Estuvimos juntos nueve años, antes de que lo ordenaron obispo. No recuerdo lo que decía, no dejó ningún escrito. Su sabiduría, como la de los grandes líderes, se reflejaba en su modo actuar, en su sencillez y amabilidad, en su manera de relacionarse con la gente, hombres y mujeres sencillos, en la calle, en la cafetería, en el embarcadero, cantando con ellos la famosa canción Baleleng.
No todos los Oblatos y religiosas estaban de acuerdo con su manera de actuar, porque en lugar de programar los asuntos más importantes del Vicariato, se ocupaba de los más mínimos detalles, como ir personalmente con el coche al aeropuerto para recoger a los visitantes, servicio que podría encomendar a otros; escribir cartas y felicitaciones a la gente, tarea que podría confiar al personal de la oficina…
Pero dejaría una estela muy positiva, por su espontaneidad y afecto en su relación con la gente de cualquier clase social. Caló hondo en el alma del pueblo de Jolo, no por su sabiduría, ni por sus palabras, ni por sus talentos, sino por esos gestos sencillos de bondad que demostró hasta su muerte.
Una vez, en 1995, nos reunimos los misioneros en un monasterio carmelita para reflexionar sobre la situación de su Vicariato. Le pedimos que nos presentara lo más saliente de Jolo en aquel momento. Dijo que veía brotar sangre. Sangre sobre una rosa y que esa rosa era aquella isla de Jolo, hermosa como una rosa, pero regada con sangre humana y que esta sangre se convertiría en fuente de vida para la rosa. Con esto quería decir que todavía se debía derramar sangre en sacrificio de oblación. Que solamente entonces despertaría la gente de su ensimismamiento personal y amanecería un nuevo día en Jolo.
Fue lo que ocurrió poco después en su propia persona. Su muerte fue la chispa que encendió la llama en los corazones de muchos civiles que se unieron para construir la paz entre las familias y los individuos, por encima de la violencia, y brilló la esperanza de la paz para la gente de Jolo. (Extracto de una reflexión del P. Ramón Bernabé, OMI, superior del Seminario de Mazenod, en el segundo aniversario del asesinato de Mons. Benjamín de Jesús).
Mons. Benjamín de Jesús, o Ben como cariñosamente se le llamaba, había nacido en Malabon, Manila, Filipinas, el 25 de julio de 1940. Entró en el noviciado de los Misioneros Oblatos en 1960 e hizo su primera oblación o profesión religiosa el 31 de mayo de 1961. Tras haber cursado los estudios de filosofía y teología, es ordenado sacerdote el 29 de diciembre de 1967. En 1991 fue nombrado Vicario Apostólico de Jolo, sur de Filipinas, cuya población es mayoritariamente de religión musulmana (“moros”). El 6 de enero de 1992, solemnidad de la Epifanía, es ordenado obispo por el Papa Juan Pablo II en la basílica de San Pedro de Roma, junto con otros obispos misioneros. Su lema episcopal era “Amare est servire” (Amar es servir). A fe que lo vivió. Cinco años después, el 4 de febrero de 1997, después de celebrar la Misa, cuando salía de la catedral y se disponía a reanudar su amor-servicio cotidiano a favor de la gente, fue abatido por los disparos de dos fanáticos musulmanes.